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En la mitología romana, escultor de
Chipre. Pigmalión odiaba a las mujeres y decidió no casarse nunca. Durante
muchos meses, sin embargo, se dedicó a esculpir una mujer hermosa y acabó
enamorándose locamente de la estatua. Desconsolado porque la estatua se
mantenía inanimada y no podía responder a sus caricias, Pigmalión le suplicó a
Venus, diosa del amor, que le enviara una muchacha semejante a su estatua. La
joven, a quien Pigmalión llamó Galatea, le correspondió en su amor y le dio un
hijo, Pafos, de quien recibió el nombre la ciudad consagrada a Venus.[1]
Pigmalión
El
amor a una estatua
Entonces
el escultor Pigmalión se arrodillo y pidió a Venus: “A vosotros ¡oh
dioses!, a quienes todo es posible os suplico que me deis por esposa” –no se
atrevió a decir mi virgen de marfil- “una doncella que se parezca a mi virgen
de marfil.
Era
de Chipre el escultor Pigmalión, artista que no gustaba de las mujeres porque,
según consideraba, éstas eran imperfectas y pasibles de muchas críticas. Y tan
convencido estaba del acierto de su opinión que resolvió no casarse nunca y
pasar el resto de su vida sin compañía femenina.
Pero, como no soportaba la completa soledad, el artista chipriota esculpió una
estatua de marfil tan bella y perfecta como –según juzgaba_ ninguna mujer
verdadera podría serlo. Y, de tanto admirar su propia obra, acabó enamorándose
de ella. le llegó a comprar las más bellas ropas, joyas y flores: los regalos
mas caros. Todos los días pasaba horas y horas contemplándola, y,
de cuando en cuando, besaba tiernamente los labios fríos e inmóviles. Tal vez
hubiera vivido hasta el fin de sus días ese amor silencioso, de no ser por la
intervención de Venus. Pues la diosa era objeto de intenso culto en la isla
donde vivía Pigmalión. En su homenaje se celebraban las más pomposas ceremonias
y los más ricos sacrificios, y su templo de Pafos, por ejemplo era el más
importante de los santuarios venusinos de todo el mundo helénico.
En una de esas fiestas, según cuenta el poeta Ovidio, el escultor estuvo
presente. También ofreció sacrificios y elevó al cielo sus ardorosas suplicas:
“A vosotros ¡oh dioses!, a quienes todo es posible os suplico que me deis por
esposa” –no se atrevió a decir mi virgen de marfil- “una doncella que se
parezca a mi virgen de marfil.
[1]"Pigmalión." Enciclopedia® Microsoft®
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