viernes, 4 de julio de 2025

𝐄𝐋 𝐎𝐅𝐈𝐂𝐈𝐎 𝐃𝐄 𝐂𝐑𝐄𝐀𝐑

(𝒐 𝑬𝒍 𝑨𝒓𝒕𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝑭𝒐𝒓𝒎𝒂 𝒅𝒆 𝑬𝒙𝒊𝒔𝒕𝒊𝒓)

 

Muchos, desde una mirada superficial, consideran que el arte es solo un pasatiempo, un hobby, una distracción delicada entre las obligaciones del “mundo real”. Pero esta visión ignora una verdad profunda y esencial: el arte no es un simple entretenimiento, sino una de las profesiones más nobles y complejas de la humanidad. Crear, imaginar, expresar, transformar emociones en formas, colores, palabras o movimientos no es un acto ocasional; es un compromiso de vida.

 

El verdadero arte no entiende de horarios fijos ni de días laborables. El artista trabaja en la mañana, cuando el sol apenas asoma y las ideas brotan como rocío; en la tarde, cuando las emociones maduran con la luz cálida; en la noche, cuando las sombras revelan lo oculto; y en la madrugada, cuando los pensamientos se vuelven más sinceros, más crudos. Incluso en el sueño, el arte persiste: es en la mente dormida donde muchas veces nacen las imágenes más audaces, los poemas más puros, las notas más limpias.

 

El artista no “tiene un trabajo”, el artista es su trabajo. Su vida y su obra se entrelazan hasta el punto de ser inseparables. Vive para crear y crea para vivir. No hay oficina ni reloj de salida. Cada experiencia, cada silencio, cada dolor y cada alegría alimenta su obra. El arte no respeta la lógica de la productividad ni obedece a jefes; obedece a la necesidad interior de dar forma a lo invisible, de decir lo que no puede decirse con palabras comunes.

 

Y por eso, el artista no se jubila. No puede hacerlo. Porque la inspiración no se interrumpe con un certificado de retiro, ni el impulso creativo se apaga con la edad. A diferencia de otras profesiones, que tienen un punto final formal, el arte es un fuego que acompaña hasta el último aliento. Muchos artistas han creado sus obras más conmovedoras en la vejez, cuando el cuerpo ya flaquea pero el alma ha alcanzado su mayor profundidad. Otros han dejado bocetos inconclusos, versos truncos, pinceladas a medio camino, segundos antes de su último suspiro.

 

El arte es un oficio, sí. Pero también es un destino. Es uno de los pocos caminos donde el ser humano puede buscar la eternidad desde lo efímero. Y en un mundo cada vez más acelerado y utilitario, el artista —ese ser que vive en la frontera entre lo visible y lo oculto— sigue recordándonos que lo más humano no siempre se puede medir, contar o vender. Que hay belleza en la dedicación absoluta, en la pasión silenciosa, en la vocación sin jubilación.

 

Porque el arte, cuando es verdadero, es para siempre. Y el artista, cuando lo es de alma, nunca deja de serlo. Ni siquiera después de morir.

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