(𝒐 𝑬𝒍 𝑨𝒓𝒕𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝑭𝒐𝒓𝒎𝒂 𝒅𝒆 𝑬𝒙𝒊𝒔𝒕𝒊𝒓)
Muchos, desde una mirada superficial, consideran que el arte
es solo un pasatiempo, un hobby, una distracción delicada entre las
obligaciones del “mundo real”. Pero esta visión ignora una verdad profunda y
esencial: el arte no es un simple entretenimiento, sino una de las profesiones
más nobles y complejas de la humanidad. Crear, imaginar, expresar, transformar
emociones en formas, colores, palabras o movimientos no es un acto ocasional;
es un compromiso de vida.
El verdadero arte no entiende de horarios fijos ni de días
laborables. El artista trabaja en la mañana, cuando el sol apenas asoma y las
ideas brotan como rocío; en la tarde, cuando las emociones maduran con la luz
cálida; en la noche, cuando las sombras revelan lo oculto; y en la madrugada,
cuando los pensamientos se vuelven más sinceros, más crudos. Incluso en el
sueño, el arte persiste: es en la mente dormida donde muchas veces nacen las
imágenes más audaces, los poemas más puros, las notas más limpias.
El artista no “tiene un trabajo”, el artista es su trabajo.
Su vida y su obra se entrelazan hasta el punto de ser inseparables. Vive para
crear y crea para vivir. No hay oficina ni reloj de salida. Cada experiencia,
cada silencio, cada dolor y cada alegría alimenta su obra. El arte no respeta
la lógica de la productividad ni obedece a jefes; obedece a la necesidad
interior de dar forma a lo invisible, de decir lo que no puede decirse con
palabras comunes.
Y por eso, el artista no se jubila. No puede hacerlo. Porque
la inspiración no se interrumpe con un certificado de retiro, ni el impulso
creativo se apaga con la edad. A diferencia de otras profesiones, que tienen un
punto final formal, el arte es un fuego que acompaña hasta el último aliento.
Muchos artistas han creado sus obras más conmovedoras en la vejez, cuando el
cuerpo ya flaquea pero el alma ha alcanzado su mayor profundidad. Otros han
dejado bocetos inconclusos, versos truncos, pinceladas a medio camino, segundos
antes de su último suspiro.
El arte es un oficio, sí. Pero también es un destino. Es uno
de los pocos caminos donde el ser humano puede buscar la eternidad desde lo
efímero. Y en un mundo cada vez más acelerado y utilitario, el artista —ese ser
que vive en la frontera entre lo visible y lo oculto— sigue recordándonos que
lo más humano no siempre se puede medir, contar o vender. Que hay belleza en la
dedicación absoluta, en la pasión silenciosa, en la vocación sin jubilación.
Porque el arte, cuando es verdadero, es para siempre. Y el
artista, cuando lo es de alma, nunca deja de serlo. Ni siquiera después de
morir.
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